miércoles, 30 de marzo de 2011

Relaciones, relaciones...


Como seres humanos que somos tenemos la necesidad imperativa de relacionarnos con el resto del mundo. “Ningún hombre es una isla” leí una vez, y tiene su toque de cierto. No podemos simplemente aislarnos y olvidarnos del resto, ya sea por que no queremos ser heridos (otra vez), por que nos parece una locura total la sociedad en que vivimos o por que simplemente el mundo es un lugar demasiado desequilibrado para vivir en el, sea cual sea la razón es muy difícil de lograr. Algún día tendremos que salir del encierro e ir a la tienda a comprar un paquete de cigarrillos, o comida, o una Coca-Cola o lo que sea! 
Tendremos que salir y dejarnos ver queramos o no.

Por otro lado, están las personas adictas a las relaciones. Específicamente las sentimentales. Personas a las que les encanta brincar de un “amor” a otro. Personas que piensan ser felices con una y otra pareja. Hombres y mujeres que van de cama en cama y que al final del día solo se van a dormir con su soledad. Personas vacías, inmaduras e incapaces de amar, que intentan ocultar su dolor detrás de una noche de sexo con cualquiera de las que están la carta de opciones que guardan en el directorio de su teléfono celular.
Personas tan pobres de mente y espíritu.
Llegaran a viejos, cansados y con una cabeza llena de todas las mentiras que dijeron y con un único saldo en su balance de vida: soledad.

No voy a hablar de las relaciones normales, hablar de ellas es aburrido.

Hay quienes se hacen adictos y dependientes de relaciones enfermizas, donde muere el respeto y dejan que a su orgullo se lo trague la tierra. Donde la fidelidad no existe y la relación solo se alimenta de sexo, que, en muchos casos, no es muy bueno que digamos y mas un sufrimiento que un placer.

Esta es una de los tipos de relaciones más difícil de llevar y de renunciar, ya que en primer lugar no logramos admitir que estamos metidos en un hueco.
Relaciones que te secan hasta los huesos, amores desperdiciados. Es increíble como a veces pretendemos ser ciegos y sordos, que por muy felices que queramos aparentar ser, por mucho que tratemos de ignorar la realidad no podemos escapar de ella y por dentro nos destroza con sus frías garras.
Hacerse el loco frente a una infidelidad de por si es malo, pero peor aun es cuando nos enteramos de que “nuestro amorcito” nos ha montado los cuernos, salimos corriendo a la cama del primer “comodín” que tengamos a mano. ¡FATAL!

Con este tipo de comportamiento no solo se demuestra inmadurez en cantidades industriales, sino que nos degradamos, pensamos “Ay èl/ella lo haces yo también, yo también puedo revolcarme con quien me de la gana” pero… de verdad nos estamos sintiendo tan bien como queremos convencernos de que nos sentimos?

Este tipo de relaciones tiene tantísima tela que cortar, son tantas las cosas que tengo que decir sobre ellas que podría convertir este blog en un libro.

En fin, nos humillamos, nos herimos y dejamos que otros nos hieran, entregamos nuestras vidas a quienes no lo merecen, convencidos de que esa es la persona de nuestras vidas, por que es que nos convencemos a nosotros mismos de eso, no es que esa persona se haya ganado tal titulo.

Algunas de estas historias tienen un final feliz, después largas sesiones de terapia psiquiátrica, unas cuantas cajas de antidepresivos y cientos de inyecciones de amor propio. Lamentablemente son muchas las personas que no corren con la misma suerte, que no hacen nada para cambiar su situación, personas que saben muy dentro de sì que están mal y que les gustaría escapar de ese purgatorio al cual ellas mismas se han condenado pero que, literalmente, mueren en el intento y huyen por esa puerta con un gran letrero brillante y con apariencia prometedora que dice SUICIDIO.

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